A que sabe la carne humana

El canibalismo es una realidad que sólo de imaginarla nos parece aborrecible. En cierta forma, dicha aversión es un tanto similar al incesto en al menos una cualidad: el tabú que pesa sobre su práctica. Culturalmente, y acaso por mera sobrevivencia, el hecho de comer carne de nuestros semejantes despierta en nosotros la repulsión de lo intolerable, como si se tratara de una frontera que nunca nos atreveríamos a traspasar. ¿O sí?

En esta ocasión compartimos el testimonio de cinco personas que en un momento de trastorno probaron la carne humana y describieron después de su sabor. Trastorno porque, en todos los casos, dicha experiencia pasó antes por el asesinato de la persona de quien se obtuvo la carne, lo cual suma otro hecho y otra decisión también socialmente sancionados.

Sea como fuere, ha habido personajes que, dejando de lado el tabú, han consumado la práctica. Y esto es lo que pueden decir al respecto.

 

Omaima Nelson

Omaima nació en Egipto, pero se mudó a Estados Unidos luego de casarse con William Nelson en 1991. La relación, sin embargo, no llegó a buen fin, pues luego de varios episodios de maltrato, golpes e incluso violaciones, un buen día ella llegó a su límite y lo atacó, lo mató y lo cortó en pedazos pequeños, los cuales pasó por aceite en una sartén. La cabeza, curiosamente, la reservó para hervirla. Y aún más perturbador fue lo que hizo con las costillas de su marido: apartarlas, cortarlas, bañarlas en salsa BBQ y comerlas como si se tratara de su platillo principal. De acuerdo con los testimonios de psiquiatras que la trataron, Omaima dijo de la carne de su esposo: “Estaba tan dulce, tan deliciosa… a mí me gusta tierna”.

 

Armin Meiwes 

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El caso de Armin Meiwes es célebre porque su acto de canibalismo más famoso se consumó gracias a un anuncio clasificado publicado en Internet que era demasiado claro respecto a sus intenciones: “Se busca hombre de entre 18 y 30 años, de buena complexión, para ser asesinado y consumido”. Para sorpresa de muchos, la respuesta a esta petición fue numerosa, pero sólo una persona concertó el encuentro: Bernd Juergen Brandes, un hombre de 41 años con quien Meiwes tuvo relaciones sexuales antes de comenzar a descuartizarlo. El llamado “Caníbal de Rotemburgo” comenzó por cortar el pene de su invitado para comérselo de inmediato. Al notar que, pese a su deseo, era demasiado elástico como para comerlo crudo, lo puso al fuego, pero sin habilidad, pues terminó quemándolo. Cabe mencionar que para entonces Brandes seguía vivo, y sólo 10 horas después de esa primera mutilación murió desangrado. A lo largo de los siguientes meses, Meiwes comió casi 18kg de carne de Brandes, la cual consideró en sabor similar al puerco, aunque ligeramente más ácida.

Cabe mencionar que el modus operandi de Meiwes ha inspirado álbumes musicales, películas e incluso un episodio en la serie cómica The IT Crowd, además de estudios jurídicos sobre el consentimiento en el canibalismo e incluso el asesinato.

 

Issei Sagawa

Cuando recuerdo cuán gentil era Renée, me pregunto por qué hice lo que hice, y mi sentimiento de amargura no cesa. Pero quería comerla. Eso no significa que quería matarla, pero me di cuenta de que si quería comerla, tenía que matarla.

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Esa fue la explicación que el japonés Issei Sagawa dio sobre el asesinato y posterior consumo de Renée Hartevelt, una joven holandesa que conoció cuando ambos estudiaban en Francia. Según su testimonio, después de matar a la muchacha, Sagawa comenzó por comer sus nalgas crudas, las cuales encontró insípidas aunque con una textura similar al sashimi. Después de esto comió sus senos, pero igualmente no fueron mucho de su agrado, pues le parecieron muy grasosos. Siguió entonces por las caderas, que para su gusto estaban bien pero sin ser extraordinarias. Según dijo, la única parte que realmente disfrutó fue los muslos.

 

William Seabrook

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La historia de Seabrook es quizá la menos macabra de este repertorio, aunque no por ello menos misteriosa. Como personaje, está rodeado por un aura enigmática: aunque se le cuenta entre la llamada “generación perdida” (junto a escritores como Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald), es quizá el menos célebre de esta nómina, acaso porque él mismo se abocó a la exploración de asuntos que difícilmente alcanzan la luz de lo público y lo aceptado.

A Seabrook se le considera un gran viajero y explorador, y fue justo en una de esas expediciones que trabó conocimiento con el canibalismo. Según cuenta en Jungle Ways, un libro de 1930, en cierto momento de su travesía por África coincidió con una tribu que consumía carne humana como parte de su rutina de vida comunitaria. Seabrook no se arredró y decidió probarla.

La experiencia al parecer fue placentera, pues en otro momento, después de su viaje por África, pidió a un interno del Hospital de la Sorbonne que le consiguiera un pedazo de carne de una persona sana pero muerta en un accidente. Seabrook lo cocinó, lo comió y escribió al respecto:

Era como de buen ternero, no plenamente desarrollado, no joven pero aún no un buey. Definitivamente era como eso, y no como ninguna otra carne que haya probado. Era tan similar a un buen ternero, no plenamente desarrollado, que pienso que ninguna persona con una sensibilidad ordinaria, normal, podría distinguirla. Era carne suave, buena, sin ningún rasgo definido o característico como, por ejemplo, el de la cabra, la alta cacería o el puerco. La carne era ligeramente más dura que la del ternero de primera, un poco más fibrosa, pero no demasiado, ni dura ni fibrosa, para ser agradablemente comestible. El asado, del que corte y comí una rebanada central, era tierno, y en color, textura, aroma, así como sabor, consolidó mi certeza de que de todas las carnes habitualmente conocidas, el ternero es la única a la cual esta carne podría compararse con precisión.

 

Jeffrey Dahmer

Uno de los caníbales más siniestros de la historia, Dahmer cuenta en su historial con el asesinato de 17 jóvenes, entre los cuales hubo algunos cuya carne probó. En confesión con el FBI, Dahmer aseguró que la carne humana tuvo para él la sapidez del filete mignon.

«Sabe bien. A cerdo, aunque un poco más ácida y fuerte». Así es como define el macabro Armin Meiwes -más conocido como el caníbal de Rotemburgo – el sabor de la carne humana en el documental « Docs: Entrevista con un caníbal ». Un largometraje subido a YouTube el pasado 4 de febrero y que narra pormenorizadamente como este alemán asesinó y se comió a su conciudadano, Bern Brandes , en 2001 después de que este se ofreciera a través de Internet para ello.

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El suceso ocurrió en marzo de 2001. En aquellos años, Meiwes contactó con Brandes (quien sufría una severa depresión ) a través de la Red después de observar un anuncio en el que la futura víctima se ofrecía a ser comida viva. Como afirma nuestro lúgubre protagonista para la cadena Bancroft TV, ambos se encontraron en una casa. Posteriormente, Brandes tomó pastillas para dormir y un poco de alcohol antes de cortarse su propio pene .

Después de amputárselo, Meiwes lo cocinó para que ambos pudiesen comérselo. Lo mismo que hizo con algunos trozos más de su cuerpo. «Freí un un trozo de carne –una pieza de su espalda – hecha con lo que llamé patatas princesa y coles . El primer bocado, por supuesto, fue muy extraño. Fue un sentimiento que no puedo describir. Había pasado más de 40 años esperando por él, soñando con él», explica el caníbal en YouTube .

Posteriormente, Meiwes apuñaló a su víctima hasta matarla y la introdujo en la bañera, donde fue cortando su cuerpo y comiéndoselo poco a poco hasta que solo quedó la cabeza. Tardó aproximadamente 10 meses en terminar su cruel banquete . «La carne humana sabe bien. A cerdo , aunque un poco más ácida y fuerte», determina en el vídeo. La colaboración del asesino con los reporteros ha sido total. De hecho, facilitó varias imágenes macabras del desmembramiento del cuerpo que los responsables han preferido obviar.

Meiwes fue condenado en 2004 a ocho años y medio de cárcel. En principio negó lo sucedido, pero al final su defensa fue otra. La falta de jurisprudencia hizo que su abogado solicitara que la ingesta fuese reconocida como una «eutanasia asistida». El cargo se saldó al final como « homicidio » pues Meiwes, de 40 años entonces, se habría comido a su víctima para « realizar una fantasía ». Una fantasía que Brandes también quería vivir.

Puede que la idea surgiera de una larga noche de conversación con amigos o haya sido fruto de la cancelación de la serie ‘Hannibal’ tras su tercera temporada, pero… ¿por qué no hablar del sabor de un plato preparado con carne humana?

No nos hemos vuelto locos al hablar de canibalismo, aunque sea un tema tabú: hay multitud de ejemplos de tribus que lo han practicado y, desgraciadamente, muchos delincuentes que han probado trozos de sus congéneres y han ofrecido su testimonio.

Un estudio realizado a partir del análisis de 18 huesos humanos ha descifrado las recetas de una sociedad caníbal en México hace 2.500 años. Según la investigación, publicada en la revista ‘Archaeometry’, la cocinaban hervida o a la plancha con otros ingredientes como pimientos o diversos colorantes. Pero eso no da pistas sobre su sabor.

Ni la ciencia ni la ficción televisiva ayudan mucho a nuestro propósito. Tampoco vamos a ponernos en plan ‘show’ de medianoche y hacer un ‘Yo probé la carne humana’. Aunque si hay que hacerlo, que nos pongan “el hígado con habas y una botella de Chianti”, como decía el gran Anthony Hopkins en ‘El silencio de los corderos’.

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El testimonio de los caníbales

Martin Robbins recopiló en 2010, en un blog de ‘The Guardian’, historias de asesinos en serie reales con apetitos caníbales. En primer lugar, el alemán Armin Meiwes, que concedió una entrevista a ‘Spiegel’ desde su celda, a la que llegó por haber comido aproximadamente 20 kilogramos de carne de su víctima. Con tal cantidad podemos afirmar que se zamparía varias partes del cuerpo al que quitó la vida. Meiwes sentenció que “sabe a carne de cerdo, quizá un poco más fuerte, pero su sabor es bueno”. No podemos decir que sea todo un ‘gourmet’, ¿verdad?

Su testimonio coincide con la historia del polaco Karl Denke y del alemán Fritz Haarmann, que en la década de los veinte mataron a decenas de personas y vendieron su carne haciéndola pasar por cerdo: el primero picándola y vendiéndola en frascos de escabeche con la etiqueta ‘cerdo’ en un mercado tradicional, y el otro en el mercado negro.

Sus historias son tan espeluznantes como la de Carl Grobmann, ‘el carnicero de Berlín’, que además de su enfermiza afición por descuartizar personas regentaba un puesto de perritos calientes. Todo muy ‘gore’.

La analogía puede ser acertada, no solamente porque compartamos el 90% del genoma con nuestros amigos porcinos o porque, como ellos, seamos omnívoros y podamos comer de todo. También porque física y fisiológicamente nos parecemos y nuestros órganos internos son del mismo tamaño.

Otras visiones

Pero no podemos aventurarnos a decir que nuestro cuerpo cocinado sabría totalmente a cerdo, ya que cada persona tiene un gusto distinto, tanto por las sensaciones de cada lengua y cada pituitaria como por la memoria de lo que cada uno tiene de sus experiencias culinarias.

En el otro extremo están los que sostienen que sabe a ternera, entre ellos el periodista y aventurero americano William Buehler Seabrook, que pasó tiempo con tribus caníbales en África y Asia y describió su sabor en ‘Jungle ways’: “Es menos roja que una carne de res, con grasa de color amarillo pálido. Ninguna persona con un paladar normal puede distinguirlas de la ternera”, escribió.

No obstante, algunos afirman que la tribu donde dijo que la probó no le dejaron participar en su tradición y que donde realmente lo comió fue de un muerto en la Sorbona, según recoge un blog de ‘Le Monde’. Fuera como fuere, él sostiene que su sabor no es tan fuerte como la carne de cerno.

Otro asesino, el ‘caníbal de Rouen’, que comió el pulmón de un compañero de prisión al que mató, afirmó a un psicólogo que “estaba tierno y bueno” y que sabía a ciervo. Para gustos, colores, como vemos.

Hemos llegado al final y no tenemos una conclusión ¿Mitad ternera, mitad cerdo? Habrá que preguntar a la tribu de los Korowai en Nueva Guinea, que sigue comiendo carne humana como rito cultural.

Quizá ellos digan lo mismo que algunos aborígenes a Diego Álvarez Chanca, médico de la segunda expedición a América de Cristóbal Colón: “La carne humana es tan buena para comer que nada en el mundo puede compararse a ella”. Poco más podemos añadir. El resto es silencio, como escribió Shakespeare. El silencio de los corderos.

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