
Para otros usos de este término, véase Intriga (desambiguación)
Una intriga es una acción que se ejecuta con una inteligencia y astucia,[1] y ocultamente, para conseguir un determinado fin; en un argumento de una historia o narración, serie de acontecimientos que constituyen el nudo, especialmente si así se suscita el interés y se crea tensión (enredo, embrollo).
Etimología
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Desde el punto de vista etimológico, intriga es el nombre de la acción del verbo intrigar, que nos llega a través del italiano intrigare, pero que procede del latín intricare (enredar, embrollar), verbo este prefijado con in (en el interior, intensamente) y asociado con tricari (buscar enredos, líos, o embrollos).[2]
A su vez tricari se deriva de la palabra tricae (embrollos, molestias, líos, o impedimentos), vocablo usado siempre así en plural y en sentido figurado, y procedente de la lengua vulgar o rústica, donde casi con total seguridad en el origen significó malas hierbas.
Intriga en griego se dice mythos, y significa fábula (en el sentido historia imaginaria), e intriga (en el sentido de historia bien construida).[3]
El concepto de «intriga» en la Poética de Aristóteles
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La Poética[4][5] es una obra de Aristóteles, escrita en el siglo IV a. C., en el período comprendido entre la fundación de su escuela en Atenas, en el 335 a. C., y su partida definitiva de la ciudad, en el 323 a. C..
La Poética es una obra que trata sobre el «arte poético» o «arte de la poesía», y particularmente sobre las nociones de tragedia, epopeya, e imitación (mimesis). Y estas historias en forma de narraciones son un deleite para la vida.
Para Aristóteles, una historia es una imitación de lo que pasa, de lo que pasó, o de lo que puede llegar a pasar, y por ello las historias han de tener por un lado, acciones o incidentes, así como personajes que los lleven a cabo, y por otro, una estructura en partes: principio, desarrollo, y final (desenlace, o conclusión).
Las historias, así mismo, precisan de unidad orgánica y estructural. Al ser imitaciones o representaciones de lo real –y no lo real en sí mismo–, para ser fiel a lo que se imita, ha de condensar, recrear, y filtrar la realidad; y es ahí donde aparece la intriga.
Esta intriga no debe ser, ni tan vasta que resulte imposible abarcarla toda con la memoria, ni tan compleja que resulte difícil entenderla, ni tan corta que se quede en anécdota insignificante. El ideal está en que los diversos incidentes de la acción vayan tan bien ligados unos con otros «que la transposición o la omisión de uno o de ellos suponga el disloque y la destrucción del conjunto».
Para Aristóteles, hay tres modalidades de intriga que se han de evitar:[6]
- No deberá verse a un hombre bueno pasando de la dicha a la desgracia, pues esto, según Aristóteles, es sencillamente odioso, y hará que nuestros ánimos se distraigan llenándose de tanto disgusto y horror, que no podrá producirse como corresponde el efecto trágico.
- Tampoco deberá verse a un malvado pasar de la desdicha a la felicidad. Esto es de lo más «antitrágico», pues ni mueve a piedad, ni espanta.
- Ni se debe ver cómo un hombre extremadamente perverso cae de la felicidad en la desgracia. Esto puede suscitar un sentimiento humano, pero no piedad ni terror.
Solo queda, por consiguiente, que la historia ponga ante nuestros ojos un tipo «intermedio» de personajes, que padezca desgracias por algún error de juicio o por alguna casualidad, y no por sus vicios o depravación.
Notas y referencias
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Referencias externas
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- Sobre Tiempo y narración de Paul Ricoeur, consultar especialmente la sección número 1 El círculo entre relato y temporalidad y la sección número 3 La configuración del tiempo en el relato de ficción.
Definición de
La noción de intriga alude a un acto ejecutado con astucia y cautela, de manera tal que se oculte su desarrollo o sus verdaderas intenciones. El concepto también puede usarse en referencia a un misterio o a un dilema sin resolver.
Por ejemplo: “En los adelantos de la serie queda planteada la intriga que se desarrollará a lo largo de los capítulos”, “La aparición de cientos de pingüinos muertos en las playas del sur es motivo de intriga entre los científicos”, “Las declaraciones del boxeador generaron intriga sobre su futuro”.
En el terreno de la literatura y del cine, la idea de intriga refiere al conjunto de los sucesos que constituyen el nudo de una obra. Se trata de aquello que despierta interés en el público, provocando tensión mientras se aguarda su resolución.
Tomemos el caso de una película que comienza con el hallazgo de un hombre muerto en su propia casa. La policía llega al lugar a partir de la denuncia de un vecino, que sentía un olor nauseabundo. Como la puerta estaba cerrada con llave, los agentes deben romperla para ingresar. En el interior de la vivienda no encuentran nada revuelto ni rastros de violencia. Pronto se sabe que la víctima no tenía pareja ni familiares, por lo cual se desconoce quién podría contar con las llaves de la propiedad. ¿Quién mató al sujeto? Esa es la intriga del filme, que en el plano de la ficción debe resolver el personaje principal (un detective) y que, para el espectador, es un misterio que lo mantendrá en vilo hasta el final de la historia.
La intriga nos resulta atractiva por naturaleza, porque nos toca en lo más profundo de nuestro ser, en una región donde se encuentra nuestra curiosidad, nuestro sentido de aventura, una serie de sensaciones muy primitivas que por mucho que intentemos cubrir con las costumbres de la vida moderna nos acompaña desde el origen de nuestra especie y puede salir a la luz de manera espontánea, sin pedirnos permiso.
Vivir es un verbo que se puede definir de muchas maneras, pero todas ellas están hiladas por una necesidad imposible de ignorar: resolver problemas. Un problema no es algo necesariamente negativo, no se trata de que nos hayan robado una pertenencia muy costosa ni de que hayamos contraido una enfermedad grave; toda cuestión que exija un esfuerzo por nuestra parte para superarla con éxito es un problema, desde la respiración (que la efectuamos de forma natural a menos que tengamos un trastorno) hasta nuestra relación con la temperatura ambiental.
Dicho esto, entendemos que la necesidad de resolver problemas es intrínseca a nuestra especie. Por esta razón, cuando nos encontramos por casualidad (o no) con una intriga, es muy difícil ignorarla y seguir adelante como si nada hubiera pasado, porque algo en nosotros seguramente nos empuje a intentar esclarecerla. Si echamos un vistazo a los series y las películas que mayores marcas de audiencia recogen por año en la televisión y el cine respectivamente, notaremos que las historias policiales se encuentran siempre en los primeros puestos.
Si bien el ser humano puede llegar a ser muy reacio al cambio, la intriga lleva consigo esa promesa de esclarecimiento al final, tanto en la ficción como en la realidad. No es lo mismo tener que mudarse por la fuerza y dejar atrás a nuestros amigos que comenzar a oír ruidos extraños en la casa del vecino: la primera situación puede ser muy difícil de atravesar, porque no sabemos si algún día nos adaptaremos; la segunda, en cambio, activa en nosotros la necesidad de descubrir el origen de los ruidos, confiando en que lo conseguiremos, aunque así no sea.
Una buena historia casi siempre suele tener una dosis de «emoción» que haga que el lector se quede enganchado, que siga leyendo y que quiera saber más de los personajes y del argumento. Eso que comúnmente llamamos «emoción», es lo que los escritores llamamos «tensión narrativa». Esta semana veremos las principales diferencias que podemos encontrar entre dos técnicas muy importantes para crear tensión narrativa: la intriga y el suspense.
Pero antes de comenzar con ello, vamos a aclarar a qué nos referimos exactamente con tensión narrativa. La tensión narrativa es aquel elemento narrativo que provoca dos reacciones en el lector: le genera una pregunta sobre los personajes o el argumento y, a la vez, también le crea un deseo de hallar la respuesta a dicha pregunta. La principal tensión dramática con la que vamos a jugar en nuestros textos será la que se genera entre el protagonista y su deseo. ¿Conseguirá el protagonista alcanzarlo? Esta pregunta, la generada en el lector al conocer el deseo del personaje, suele coincidir (y es recomendable que así sea) con la pregunta dramática de la novela. Tened en cuenta siempre que aquí estamos simplificando y que hablamos de argumentos más o menos canónicos. No todas las historias tienen por qué responder a este esquema.
Mientras el lector resuelve esa pregunta dramática esencial, es importante mantener su interés generando nuevas tensiones, nuevas preguntas. Por ejemplo, buscándole al protagonista un interés amoroso. De este modo, el lector pondrá en un segundo plano la pregunta dramática (nunca debe olvidarla, o estaremos haciendo mal nuestro trabajo) y se preguntará si el personaje conseguirá o no conquistar el amor de su interés romántico.
Debéis tener en cuenta que el equilibrio es muy importante a la hora de crear tensión narrativa. Si abrimos demasiadas expectativas o preguntas en el lector, este perderá el objetivo principal del texto y se sentirá perdido, abrumado o aburrido. Mi recomendación es que procuréis mantener siempre viva la pregunta dramática y que vayáis abriendo y cerrando expectativas a medida que avance la trama, sin tener muchas simultáneas abiertas a la vez. Como ya imagináis, en un relato, esto se reduce bastante, mientras que en una novela podemos encontrar muchas de estas técnicas para aumentar la tensión. Sobre todo, en la parte del desarrollo, que es la parte en la que suele decaer un poco la atención del lector por encontrarse generalmente «dormida» la trama principal.
Hay muchas maneras de aumentar la tensión. Veremos algunas de ellas en futuros artículos, pero hoy nos vamos a centrar en las dos principales: el suspense y la intriga. Quiero que las veamos juntas porque se parecen mucho y, en ocasiones, se confunden y se emplean como sinónimos. En realidad, lo importante para nosotros, escritores, es saber emplearlas correctamente para aumentar la tensión narrativa. Podéis llamarlas como queráis si las usáis de manera eficaz.
Comencemos con la intriga. La intriga es aquel elemento narrativo que aumenta la tensión narrativa gracias a la ocultación de información. O los lectores tienen más información que los personajes, o al contrario. De cualquiera de las dos maneras, hay que tener muchísimo cuidado para que el lector no se sienta engañado. Por ejemplo: un narrador en primera persona no debería investigar un crimen que ha cometido él mismo sin que nos diga que lo ha cometido. La ocultación de información debe ser natural. Pongamos algún ejemplo de los dos casos.
En el caso de que seamos nosotros, los lectores, los que tengamos más datos que los personajes: Imaginad que un personaje está engañando a su pareja y que esta llega a casa cuando el personaje amante está allí mismo. Ese personaje se meterá debajo de la cama y los dos personajes pareja se pondrán a charlar. Nosotros sabemos que el amante está debajo de la cama y cada palabra de la conversación cobrará un nuevo significado. Imaginad que el personaje engañado se sienta sobre la cama y comienza a descalzarse, imaginad que se le cae algo justo al borde de la cama. Todo esto aumenta la tensión, ¿lo descubrirá? En este tipo de intrigas se basan todas las comedias de enredos, por ejemplo, o la serie Modern Family en casi todos sus episodios.
Cuando somos nosotros los que tenemos menos información que los personajes, la tensión viene de querer saber qué es lo que sucede. Fijaos que en el caso anterior la tensión suele venir por ver si los personajes descubrirán o no lo que está sucediendo. En este tipo de intriga se basan muchas novelas negras clásicas. Alguien ha matado a un personaje y nosotros queremos averiguar quién ha sido. Cualquier tipo de misterio que resolvamos en nuestras historias va a basarse en este tipo de intriga.
El suspense, por su parte, no se basa en la información que demos, sino en la violencia. El suspense es una promesa de que va a suceder algo violento o brusco. Imaginad que un personaje se prepara para acudir a una cita y antes de salir de casa coge una pistola y se la mete en el bolsillo. Ahí hemos generado una expectativa, una tensión narrativa muy alta que deberemos resolver. Cuando creamos suspense, el lector espera que se resuelva de una forma violenta. Si no sucede así, debemos construir muy bien el argumento y justificarlo narrativamente para que resulte verosímil.
Estas dos técnicas, el suspense y la intriga pueden combinarse. Por ejemplo: Imaginad que hay un personaje del que nosotros sabemos que es un pedófilo y vemos que se sienta en un parque junto a un niño, con el que comienza a hablar. El escritor no solo está generando tensión por la intriga de que el niño no sabe que ese hombre es una amenaza, sino que además está generando suspense porque la situación puede acabar de manera violenta. En este caso, la acción de sentarse en el banco es, a la vez, intriga y suspense.
Estas dos técnicas son muy útiles y las usamos prácticamente de forma automática gracias a que las tenemos interiorizadas del cine y la literatura, pero no viene de más analizarlas y saber diferenciarlas para que sepamos usarlas a nuestra conveniencia de manera eficaz. Espero que el artículo os ayude a hacerlo.